13 enero 2011

Vos estabas motivado por toda esa cantidad de alcohol que tenías encima; lo mío empezó de día, totalmente consciente de que estaba pasando algo más allá de un beso del cual "no me acuerdo y no pasó".
Ahí ya marcamos una diferencia grande: yo buscaba que no me olvides el domingo. Vos no buscabas nada. Esa palabra definió bastante lo que vos veías de nuestra relación, cero preocupaciones por mí, cero compromisos, y ni hablar de la carencia de amor.

Con la excusa de terminar esos tragos, te fui conociendo un poco más cada noche. Admito que hubo veces que me lamentaba por haberte encontrado y quería borrar de tu vida mi presencia, quería salir corriendo para algún lado sin pasar por ridícula y tropezarme, en la nerviosa fuga, con otro que me quiera a mi manera.
Pero como nunca antes me había pasado, algo me ató a vos. No podía salir corriendo, ni gritarte que me estabas lastimando, sólo por instinto fluían llantos que nunca se dieron a conocer (te estas enterando). ¿Se te ocurrió pensar que yo podía llorar a escondidas por vos?
Cada vez que me destruías las esperanzas que tenía con vos, empezaba a dolerme el cuerpo, mi garganta se enroscaba, quedaba todo al borde de un abismo, comenzaba a nublarse la visión y todo eso terminaba en una cantidad de lágrimas incontrolables que fluían de mis ojos con desesperación: me hacías sentir que te perdía.
Pero, esa soga que me ataba (y me ata) a vos, nunca se corto. Yo misma, ilusa, me encargaba de reconstruir mis esperanzas y mis ganas de seguir intentando con algo a lo que nadie, ni siquiera vos, le veía vida, cuando raramente, para mi era lo más vital que podía tener. Digamos… nadie me había echo sentir tan viva con tan simples palabras, nadie me había sacado sonrisas con hechos insignificantes, nadie pudo antes, empujarme hasta tocar el piso con las rodillas de la caía y dejarme sola, intentando levantarme. Creo que me volví totalmente vulnerable al mal que me hacías.
Si todo lo que ata es asesino, me estabas matando. Luché y lo sigo haciendo por vos. Por querer tenerte a mi manera, soporté los mil y un ataques de sinceridad, hubieron obstáculos que pudieron hacerme caer (igualmente siempre me puse en pie), momentos en los que solo daban ganas de abandonarlo todo. Mi mente frágil, mi corazón también. Llantos con disimulo, intentos de llenar ese vacío que permaneció en mi desde aquella noche. Puse mis sueños en manos de alguien que solo se encargo de destruirlos.
Sabés bien que tomé decisiones, intenté olvidarme de vos y siempre volvías para recordarme que tus besos seguían en cada parte de mi piel, me hiciste sentir la desesperación de comprender que si yo elegía, se estaría terminado, se estaría perdiendo aquello que no duró y que no fue mío. Entonces retrocedía todos esos pasos adelante que había dado, agachaba la cabeza, y volvía arrastrada a vos.
Porque existía la otra cara de la moneda, la segunda cosa que me hacía tomar una dirección totalmente distinta de la que había planeado: se llamaba desesperación.
Ese era el momento en el que volvía a quererte cuando juré odiarte y me odiaba por quererte cada día mas… 

Y allí seguían estaban aquellos dos vasos llenos de aquel trago horroroso, y eso era un pretexto para seguir juntos.

No hay comentarios: