12 noviembre 2010

Mientras le seguía dictando, esperé con paciencia a que hiciera oscilar su cabeza y cuando oí por fin crujir su cuello, deslicé mi mano por debajo de su pelo al hueco de las vértebras y oprimí entre mis dedos la articulación. Creo que la sobresaltó tanto como a mí este pasaje sin retorno de evitar por todos los medios tocarla a tocarla decididamente, aun cuando intenté que el movimiento tuviera un aire casual. Quedó inmóvil, con la respiración suspendida, las manos fuera del teclado, sin volver la cabeza para mirarme, y no pude decidir si esperaba algo más o algo menos.

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